Sabor a tránsito
15 €
La poesía nos sitúa aquí ante el abismo, a veces insondable, de la vida y la certidumbre de la muerte. Es una recreación de significados donde se conjugan distintas visiones del más allá, que conducen a la necesidad absoluta de justificar alguna causa suprema del universo.
En el fondo de la noche / hay un escalofrío de cuerpos ateridos, es la cita de Celaya con la que se abre uno de los poemas más desgarradores: morir en la quietud de la noche cuando la luna sangra. Y así nos advierte de la propagación de su sombra escarlata.
Se desangra la palabra en un movimiento elevado y extenso, en un río de preguntas a la orilla del silencio. Un territorio donde el lenguaje se desborda en imágenes y el yo poético se diluye en una burbuja de aire que lo contiene todo.
Con estos mimbres, Belén Mateos va trenzando distintos planos temporales e indaga sobre su propia posición ante lo desencarnado. No obedecen simplemente a la crónica poética de una partida sino a un carrusel de emociones desconocidas ante lo irremediable.
Como escribió Novalis en sus célebres himnos: Vuelve hacia el valle, a la sacra. Indecible. Misteriosa la noche.
En ocasiones también subyace un canto a los vínculos. Encuentra refugio en los términos que dirige hacia donde se siente protegida y querida; su medio natural no le resulta hostil. He crecido en los brazos de los dioses diría Hölderlin. Los sucesos cotidianos superviven: días 13revestidos de lujuria/ en la piel del que ama, en medio de un reino a menudo incomprensible porque esos mismos dioses que acogen, serán después dioses huidos.
Hay poemas que, partiendo de la costumbre, nos arrastran al éxodo de la trascendencia, hacia lo que realmente nos quieren mostrar: la fugacidad del tiempo, lo efímero. Sus interrogantes anidan en estos textos donde duele la vida.
El vacio en sí mismo se manifiesta bajo todas las formas que son verdades cósmicas, van más allá de lo simbólico, de lo sagrado, del rito, y revelan nuestra existencia como algo misterioso y excepcional.
Ante la percepción escéptica y nihilista del mundo, que se encuentra suspendido en el vértigo, la escritora mantiene una luz encendida dentro del recinto poético. Desde allí invoca el regreso al poema, que será, entonces necesario.
Quien lee, comprueba que, debe ser parte activa de la travesía si rodea el centro de la existencia del ser humano. La pérdida no es pasiva sino que nos pide acompasar el ritmo. Hay días que no saben amanecer y otros que se despiertan mirando a las estrellas.
En su dimensión alegórica las campanas son ecos, llantos metálicos que preceden al dolor, un código de aullidos sobre el asfalto. Un camino de cenizas evocando la ausencia sobre una fogata de escombros.
La autora en este conjunto de poemas rubrica el itinerario de un grito con sabor amargo, una plegaria, un epitafio que descarrila en la orfandad del arcén y marca ese verso amadísimo y roto en un calendario fugaz, esculpido para siempre en los raíles de la memoria y en la hondura del sentir.
Un tránsito emancipado de la tierra hacia la eternidad.
Signo y vértice de lo invisible.
Mar Blanco
En el fondo de la noche / hay un escalofrío de cuerpos ateridos, es la cita de Celaya con la que se abre uno de los poemas más desgarradores: morir en la quietud de la noche cuando la luna sangra. Y así nos advierte de la propagación de su sombra escarlata.
Se desangra la palabra en un movimiento elevado y extenso, en un río de preguntas a la orilla del silencio. Un territorio donde el lenguaje se desborda en imágenes y el yo poético se diluye en una burbuja de aire que lo contiene todo.
Con estos mimbres, Belén Mateos va trenzando distintos planos temporales e indaga sobre su propia posición ante lo desencarnado. No obedecen simplemente a la crónica poética de una partida sino a un carrusel de emociones desconocidas ante lo irremediable.
Como escribió Novalis en sus célebres himnos: Vuelve hacia el valle, a la sacra. Indecible. Misteriosa la noche.
En ocasiones también subyace un canto a los vínculos. Encuentra refugio en los términos que dirige hacia donde se siente protegida y querida; su medio natural no le resulta hostil. He crecido en los brazos de los dioses diría Hölderlin. Los sucesos cotidianos superviven: días 13revestidos de lujuria/ en la piel del que ama, en medio de un reino a menudo incomprensible porque esos mismos dioses que acogen, serán después dioses huidos.
Hay poemas que, partiendo de la costumbre, nos arrastran al éxodo de la trascendencia, hacia lo que realmente nos quieren mostrar: la fugacidad del tiempo, lo efímero. Sus interrogantes anidan en estos textos donde duele la vida.
El vacio en sí mismo se manifiesta bajo todas las formas que son verdades cósmicas, van más allá de lo simbólico, de lo sagrado, del rito, y revelan nuestra existencia como algo misterioso y excepcional.
Ante la percepción escéptica y nihilista del mundo, que se encuentra suspendido en el vértigo, la escritora mantiene una luz encendida dentro del recinto poético. Desde allí invoca el regreso al poema, que será, entonces necesario.
Quien lee, comprueba que, debe ser parte activa de la travesía si rodea el centro de la existencia del ser humano. La pérdida no es pasiva sino que nos pide acompasar el ritmo. Hay días que no saben amanecer y otros que se despiertan mirando a las estrellas.
En su dimensión alegórica las campanas son ecos, llantos metálicos que preceden al dolor, un código de aullidos sobre el asfalto. Un camino de cenizas evocando la ausencia sobre una fogata de escombros.
La autora en este conjunto de poemas rubrica el itinerario de un grito con sabor amargo, una plegaria, un epitafio que descarrila en la orfandad del arcén y marca ese verso amadísimo y roto en un calendario fugaz, esculpido para siempre en los raíles de la memoria y en la hondura del sentir.
Un tránsito emancipado de la tierra hacia la eternidad.
Signo y vértice de lo invisible.
Mar Blanco
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