Poeta muerta
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'Poeta muerta' recoge los escritos de Patricia Heras, arrastrada por el montaje en torno al caso 4F. Se cumplen 8 años del caso 4F.
Eran alrededor de las seis y media de la mañana cuando Patricia y Alfredo volvían a casa. Había sido una noche larga, y la bici en la que iban montados se tambaleaba de un lado a otro de la calle. A esas horas, Barcelona era una ciudad silenciosa y oscura, pero en las horas siguientes lo sería aún más. Al girar la esquina de la calle Lluís Companys se fueron al suelo entre risas. Los dos sangraban y estaban aturdidos, así que los ocupantes de un coche que estaba aparcado en la calle llamaron a una ambulancia. La llamada queda registrada a las siete en punto de la mañana. Según el parte de urgencias, ingresan en el Hospital del Mar treinta y ocho minutos más tarde.
Alf necesita sutura, y Patricia espera en una sala que se cae a pedazos, entre enfermos que exigen su medicación a gritos. Los minutos pasan lentos en la sala de espera, pero el tiempo está a punto de alargarse aún más, de dilatarse hasta hacer que todo pierda sentido. Patricia tiene ganas de irse a casa. Las sillas de plástico están sucias y a su alrededor la gente no para de gritar. En algún momento, cerca de las nueve de la mañana, decide ir al baño. El espejo le muestra un rostro lleno de marcas y hematomas, pero la peor parte se la ha llevado Alf. Cuando sale del baño, la sala de espera está abarrotada. Varios guardias urbanos vigilan a tres chicos que permanecen esposados de cara a la pared. Los detenidos son jóvenes y están sucios y ensangrentados. Tienen aspecto de haber recibido muchos golpes, tantos que apenas logran mantenerse en pie. Patricia vuelve a su asiento, pero uno de los policías se fija en ella. El tiempo se detiene unos instantes, como sucede justo antes de que todo se derrumbe. Se acerca y le grita que se vacíe los bolsillos. Unos segundos después está detenida, acusada de homicidio. Los resortes del sistema se acaban de poner en marcha, y no van a detenerse hasta destrozar a todos los que fueron detenidos aquella noche. El montaje del 4F acaba de comenzar.
Tecnodescarga Sólo busco con las manos
el bombeo acelerado de mi sangre
el vértigo silencioso de un descenso largo y lento
de un ascenso largo y lento que ígneo me paralice. Ni palabras de amor ni locuras
sólo busco con las manos
el salto mortal que me arroje plácido hacia mi electrizante vacío,
el húmedo cortocircuito que me derrame en sordo delirio.
Una adorable venganza infernal
que acalle el murmullo constante del ser que me habita. Sólo busco con las manos extraerme
abandonarme a mi propia disposición,
suspenderme endiosada en un febril delirio
trenzando así el éxtasis que me alimenta.
Perderme en mí, conmigo. Ni locuras ni palabras de amor.
Sólo busco con las manos someterme a mi descaro
y verterme en él. El montaje policial
Lo sucedido en aquella sala de espera del Hospital del Mar marcaba el inicio de uno de los casos de corrupción policial, judicial y política más graves de los últimos años. Rodrigo Lanza, Álex Cisternas y Juan Pintos, los tres jóvenes que Patricia había visto esposados al salir del baño, habían sido detenidos poco antes, en el desalojo de una okupa en Saint Pere mès Baix. Cuando los mossos decidieron entrar, en el interior del edificio se estaba celebrando una fiesta con más de tres mil personas, así que no dudaron en desplegar toda la violencia de que son capaces. Dentro de la casa se defendieron como pudieron. De algún lugar de los pisos superiores cayó una maceta que golpeó a un antidisturbios, provocándole lesiones importantes. Ninguno de los jóvenes fue detenido en el interior del edificio, pero no importó. Todos fueron acusados de intento de homicidio.
El día después del desalojo, Joan Clos, que entonces era alcalde de la ciudad, mantuvo esta versión delante de los medios de comunicación, pero no tardará en cambiarla. Sin explicar por qué, en sus siguientes comparecencias dirá que las lesiones fueron producidas por una piedra lanzada desde la calle. Aquella versión, que se convertirá en la oficial, permitía mantener la acusación de los detenidos, que, de otra forma, hubiesen sido absueltos porque no se encontraban dentro del edificio cuando cayó la maceta. Durante el juicio, varios expertos rechazaron la hipótesis de la piedra basándose en las heridas que tenía el agente, pero no sirvió de nada. La mentira debía mantenerse. El sistema ya había decidido hacerles pagar a ellos lo sucedido durante el desalojo, y no iba a parar hasta destrozarles la vida. Después de un juicio plagado de irregularidades, la Audiencia Provincial de Barcelona condenaba a cinco años de cárcel a Rodrigo Lanza, a tres años y tres meses a Álex Cisternas y Juan Pintos, y a tres años a Patricia Heras. Todos ingresarían en prisión. La única excepción fue Alfredo, que a pesar de haber sido detenido junto con Patricia en el hospital y condenado posteriormente a prisión, sería indultado. A finales de abril de 2011, seis meses después de entrar en prisión, Patricia decidió suicidarse durante un permiso penitenciario.
El libro
Las páginas en las que Patricia describe lo sucedido aquella noche son las más terribles del libro. La violencia del sistema se dejó sentir de muchas maneras en aquel proceso, pero la arbitrariedad de su detención es aterradora. Como en muchos otros casos, los detenidos fueron escogidos al azar, sin importar siquiera que no hubiesen estado allí. Como en muchos otros casos, fueron torturados primero por la policía y después por el sistema penitenciario, obligados a pasar varios años de su vida en esos agujeros que el sistema llama cárceles. Sin embargo, esta vez tenemos los textos de Patricia, es ella la que nos cuenta con detalle cómo se pusieron en marcha los engranajes que convirtieron un accidente de bici en una condena de tres años de prisión. No importaron las pruebas de la defensa, las declaraciones del personal de la ambulancia, los constantes cambios de versión de la acusación, las condenas por torturas a los dos policías cuyo testimonio sirvió para inculpar a los detenidos. Los acusados estaban condenados mucho antes de que se celebrase el juicio. Los condenaron mientras los detenían, mientras los maltrataban en los traslados en furgón, mientras los torturaban en el sótano de la comisaría. Los condenaron cuando tuvieron la mala suerte de que un policía se fijase en ellos.
Pero el libro no es sólo un relato de represión, dominación y dolor. Patricia también es capaz de emocionarnos con sus poemas oscuros y salvajes, de hacernos reír con sus anécdotas de una Barcelona muy alejada del parque temático para turistas en la que se empeñan en convertirla. Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera, sino también muchas otras cosas, y todas están en el libro: sus trabajos prec
Eran alrededor de las seis y media de la mañana cuando Patricia y Alfredo volvían a casa. Había sido una noche larga, y la bici en la que iban montados se tambaleaba de un lado a otro de la calle. A esas horas, Barcelona era una ciudad silenciosa y oscura, pero en las horas siguientes lo sería aún más. Al girar la esquina de la calle Lluís Companys se fueron al suelo entre risas. Los dos sangraban y estaban aturdidos, así que los ocupantes de un coche que estaba aparcado en la calle llamaron a una ambulancia. La llamada queda registrada a las siete en punto de la mañana. Según el parte de urgencias, ingresan en el Hospital del Mar treinta y ocho minutos más tarde.
Alf necesita sutura, y Patricia espera en una sala que se cae a pedazos, entre enfermos que exigen su medicación a gritos. Los minutos pasan lentos en la sala de espera, pero el tiempo está a punto de alargarse aún más, de dilatarse hasta hacer que todo pierda sentido. Patricia tiene ganas de irse a casa. Las sillas de plástico están sucias y a su alrededor la gente no para de gritar. En algún momento, cerca de las nueve de la mañana, decide ir al baño. El espejo le muestra un rostro lleno de marcas y hematomas, pero la peor parte se la ha llevado Alf. Cuando sale del baño, la sala de espera está abarrotada. Varios guardias urbanos vigilan a tres chicos que permanecen esposados de cara a la pared. Los detenidos son jóvenes y están sucios y ensangrentados. Tienen aspecto de haber recibido muchos golpes, tantos que apenas logran mantenerse en pie. Patricia vuelve a su asiento, pero uno de los policías se fija en ella. El tiempo se detiene unos instantes, como sucede justo antes de que todo se derrumbe. Se acerca y le grita que se vacíe los bolsillos. Unos segundos después está detenida, acusada de homicidio. Los resortes del sistema se acaban de poner en marcha, y no van a detenerse hasta destrozar a todos los que fueron detenidos aquella noche. El montaje del 4F acaba de comenzar.
Tecnodescarga Sólo busco con las manos
el bombeo acelerado de mi sangre
el vértigo silencioso de un descenso largo y lento
de un ascenso largo y lento que ígneo me paralice. Ni palabras de amor ni locuras
sólo busco con las manos
el salto mortal que me arroje plácido hacia mi electrizante vacío,
el húmedo cortocircuito que me derrame en sordo delirio.
Una adorable venganza infernal
que acalle el murmullo constante del ser que me habita. Sólo busco con las manos extraerme
abandonarme a mi propia disposición,
suspenderme endiosada en un febril delirio
trenzando así el éxtasis que me alimenta.
Perderme en mí, conmigo. Ni locuras ni palabras de amor.
Sólo busco con las manos someterme a mi descaro
y verterme en él. El montaje policial
Lo sucedido en aquella sala de espera del Hospital del Mar marcaba el inicio de uno de los casos de corrupción policial, judicial y política más graves de los últimos años. Rodrigo Lanza, Álex Cisternas y Juan Pintos, los tres jóvenes que Patricia había visto esposados al salir del baño, habían sido detenidos poco antes, en el desalojo de una okupa en Saint Pere mès Baix. Cuando los mossos decidieron entrar, en el interior del edificio se estaba celebrando una fiesta con más de tres mil personas, así que no dudaron en desplegar toda la violencia de que son capaces. Dentro de la casa se defendieron como pudieron. De algún lugar de los pisos superiores cayó una maceta que golpeó a un antidisturbios, provocándole lesiones importantes. Ninguno de los jóvenes fue detenido en el interior del edificio, pero no importó. Todos fueron acusados de intento de homicidio.
El día después del desalojo, Joan Clos, que entonces era alcalde de la ciudad, mantuvo esta versión delante de los medios de comunicación, pero no tardará en cambiarla. Sin explicar por qué, en sus siguientes comparecencias dirá que las lesiones fueron producidas por una piedra lanzada desde la calle. Aquella versión, que se convertirá en la oficial, permitía mantener la acusación de los detenidos, que, de otra forma, hubiesen sido absueltos porque no se encontraban dentro del edificio cuando cayó la maceta. Durante el juicio, varios expertos rechazaron la hipótesis de la piedra basándose en las heridas que tenía el agente, pero no sirvió de nada. La mentira debía mantenerse. El sistema ya había decidido hacerles pagar a ellos lo sucedido durante el desalojo, y no iba a parar hasta destrozarles la vida. Después de un juicio plagado de irregularidades, la Audiencia Provincial de Barcelona condenaba a cinco años de cárcel a Rodrigo Lanza, a tres años y tres meses a Álex Cisternas y Juan Pintos, y a tres años a Patricia Heras. Todos ingresarían en prisión. La única excepción fue Alfredo, que a pesar de haber sido detenido junto con Patricia en el hospital y condenado posteriormente a prisión, sería indultado. A finales de abril de 2011, seis meses después de entrar en prisión, Patricia decidió suicidarse durante un permiso penitenciario.
El libro
Las páginas en las que Patricia describe lo sucedido aquella noche son las más terribles del libro. La violencia del sistema se dejó sentir de muchas maneras en aquel proceso, pero la arbitrariedad de su detención es aterradora. Como en muchos otros casos, los detenidos fueron escogidos al azar, sin importar siquiera que no hubiesen estado allí. Como en muchos otros casos, fueron torturados primero por la policía y después por el sistema penitenciario, obligados a pasar varios años de su vida en esos agujeros que el sistema llama cárceles. Sin embargo, esta vez tenemos los textos de Patricia, es ella la que nos cuenta con detalle cómo se pusieron en marcha los engranajes que convirtieron un accidente de bici en una condena de tres años de prisión. No importaron las pruebas de la defensa, las declaraciones del personal de la ambulancia, los constantes cambios de versión de la acusación, las condenas por torturas a los dos policías cuyo testimonio sirvió para inculpar a los detenidos. Los acusados estaban condenados mucho antes de que se celebrase el juicio. Los condenaron mientras los detenían, mientras los maltrataban en los traslados en furgón, mientras los torturaban en el sótano de la comisaría. Los condenaron cuando tuvieron la mala suerte de que un policía se fijase en ellos.
Pero el libro no es sólo un relato de represión, dominación y dolor. Patricia también es capaz de emocionarnos con sus poemas oscuros y salvajes, de hacernos reír con sus anécdotas de una Barcelona muy alejada del parque temático para turistas en la que se empeñan en convertirla. Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera Patricia no fue sólo aquella chica que tuvo la mala suerte de encontrarse con la policía en una sala de espera, sino también muchas otras cosas, y todas están en el libro: sus trabajos prec
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