Los archivos de alvise contarini (3ª ed.)
18 €
Tercera edición, esta vez con un prólogo de Eduardo Lago, de un libro que ha tenido una extraordinaria acogida por la originalidad de su planteamiento y la pasión que desatan sus páginas sobre Venecia.
A través de la reconstrucción de la obra y el pensamiento de un personaje tan enigmático como Alvise Contarini, que podría ser una máscara en la plaza de San Marcos o una sombra reflejada en un canal, el autor nos sumerge en la fascinante historia de la música veneciana, con sus grandes figuras y leyendas. De su mano, el lector descubrirá cuánta razón tenía Contarini al decir que «en Venecia hay caminos que comunican con el mundo de los sueños».
mis investigaciones se han centrado más en la obra de Contarini que en su biografía. Ello se ha debido en parte al propósito de este trabajo, pero también a la falta de testimonios fehacientes. Mi conclusión es que fue un hombre hermético. Educado en la tradición aristocrática veneciana, su amabilidad y cortesía eran al mismo tiempo una tarjeta de presentación y un parapeto infranqueable. Su indiferencia hacia el presente -que no me atrevería a calificar de anacronismo- no era una pose. Desde luego, no poseía ninguno de los vicios de los intelectuales: juicio inapelable, desdén hacia el punto de vista ajeno, afán por parecer ingenioso, maledicente o irónico, o propensión a la hipocondría y la vanidad.
Del prefacio
A través de la reconstrucción de la obra y el pensamiento de un personaje tan enigmático como Alvise Contarini, que podría ser una máscara en la plaza de San Marcos o una sombra reflejada en un canal, el autor nos sumerge en la fascinante historia de la música veneciana, con sus grandes figuras y leyendas. De su mano, el lector descubrirá cuánta razón tenía Contarini al decir que «en Venecia hay caminos que comunican con el mundo de los sueños».
mis investigaciones se han centrado más en la obra de Contarini que en su biografía. Ello se ha debido en parte al propósito de este trabajo, pero también a la falta de testimonios fehacientes. Mi conclusión es que fue un hombre hermético. Educado en la tradición aristocrática veneciana, su amabilidad y cortesía eran al mismo tiempo una tarjeta de presentación y un parapeto infranqueable. Su indiferencia hacia el presente -que no me atrevería a calificar de anacronismo- no era una pose. Desde luego, no poseía ninguno de los vicios de los intelectuales: juicio inapelable, desdén hacia el punto de vista ajeno, afán por parecer ingenioso, maledicente o irónico, o propensión a la hipocondría y la vanidad.
Del prefacio
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