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Marzo

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Presentación del poemario 'Economía de guerra' de Ana Pérez Cañamares

Ana Pérez Cañamares presenta en La Pantera Rossa el viernes 6 de marzo, a las 19:30 horas, su nuevo poemario Economía de guerra, publicado en Ediciones Lupercalia. Un sorprendente discurso que combina poética y política. Presentará a la autora Chesús Yuste, escritor y político.

La poeta tinerfeña, que vive en Madrid, en el ámbito de lo formal no se apoya en la métrica por sistema -es más, de existir medida es sumamente irregular-,  ni en el uso de modelo estrófico alguno, y menos aún en la rima, totalmente ausente del texto. En el plano de la expresión sus recursos sobresalientes son una delicada eufonía que va conformando un ritmo creíble y fácil de seguir, la adecuada y sencilla elección de su vocabulario y la organización de un discurso que persigue la recepción alta y clara de un mensaje inequívoco...

Así sois, capitalistas. 
En el último momento 
cuando estamos a punto 
de estamparnos contra el suelo 
siempre nos echáis una mano. 
No para ayudar ni para disimular 
sino para acelerar el final de la caída. 

O por entorpecimiento: 

Gracias, pulcros burócratas,
 por hacerme rellenar tantos papeles. 
Si no fuera por ellos 
dudaría de mi existencia. 
Yo soy la Abajo Firmante.

Con estos mimbres teje Ana Pérez Cañamares la denuncia del predominio de una sociedad mercantilista que limita, que ahoga, que distribuye con cicatería la riqueza del trabajo, que ensombrece, en suma, el futuro de la gente cualquiera, de las personas como ella. Y con estos argumentos Ana Pérez deja constancia de la pasividad egoísta que genera en los mínimamente afortunados una ocupación remunerada, que se ancla en el miedo a perderla, una pasividad justificada por el cansancio de un trabajo casi siempre insatisfactorio cuando lo hay, y que va conformando ese círculo vicioso difícil de eludir. Dice Ana: “El descanso como tarea. / Las tareas como castigo. / Somos peces fabricando anzuelos”. Y remacha: “Habéis ganado ganasteis / hoy me tragué vuestro futuro / como un jarabe malo”... Porque es consciente de que esta rutina, esta ritualización de la apatía acabará por conducir a la pérdida de la curiosidad, que considera antesala de la decadencia: 

Qué hago si se me muere 
la curiosidad; dónde la entierro. 
Qué haré el resto de mi vida 
sin preguntarme por el olor 
y el nombre de las flores 
que crezcan en su tumba. 

Es por eso que, cuando parece que la posibilidad de progresar va se va haciendo literalmente imposible de conseguir, un rinconcito de su íntima mismidad que, ya sabemos, es la de cualquiera, cae en la cuenta de que no hay respuestas porque no hizo las preguntas necesarias hace tanto: “Y ahora no sé quién soy / o si solo soy un qué. / No hice las preguntas. / Nadie se molestó en explicar”. De aquí concluye lo que es realmente imprescindible: 

Desbrozo el recuerdo 
como un huerto en la esquina 
de un cementerio.  (...)  
No mendigo la respuesta. 
La olvidé porque la enterraron 
sin una equis sobre su tumba. 

Y comienza a atisbar las primeras conclusiones: 

Ninguno de mis indultos fue definitivo. 
Quizá porque en el fondo 
no había ningún delito. 
No había crimen ni juez. 
Lo que había eran pecados 
a los ojos del dios 
que de niña me impuse. 

Una justificación de la actitud combativa ante una vida injusta: “Con la vida se paga el espectáculo / que no es circo ni drama ni comedia (...) si hay muertos, esto no es teatro. / Cuando hay muertos, es una guerra”. Y otra más, rizando el rizo de la necesidad:

Esto era la Crisis: 
buscar una sonrisa 
no con alegría 
sino con desesperación. 
Guardarla en el pecho 
como un mendrugo de pan.

 

 

 

 

 

 

 

 

Todo esto desembocando en una conclusión final, única y muy sensata: si los millones y millones de modestas individualidades que somos conectaran sus diversas inquietudes, si pactaran reclamar al unísono todas sus necesidades, su poder como palanca para forzar el cambio se incrementaría exponencialmente. Sería algo así como encontrar el punto de apoyo que buscaba Arquímedes para mover la tierra. Y esto sí que merece la pena, queridos lectores. Y la mera posibilidad de su ocurrencia pone los pelos como escarpias a los que gestionan nuestra vida colectiva, pero, ¡ay!, son tan torpes, tan pagados de sí mismos, que no han advertido que la conexión ya está en marcha, porque la fecha llegó y el conjuro se proclamó: 

... cogeré las riendas 
del caballo más salvaje 
le daré mis apellidos 
al sueño más demente 
robaré el tesoro 
más caro a la codicia
en el mismo segundo 
en que pronunciemos 
las palabras mágicas: 
‘Somos pueblo. 
Hasta aquí hemos llegado. 
No aguantamos más’.

A partir de aquí se inicia el camino que transita por la ética de la dignidad cotidiana: desde la peculiaridad de uno llegar a la de los otros por la charla relajada, por la interacción sin miedo: “Milito en el partido de mi intimidad. / Mi manifiesto: las conversaciones de los bares”. Y hablar cuando es necesario y callar cuando cualquier palabra está de más: 

Hay palabras y hay silencios. Más allá 
de las siglas hay palabras y hay silencios. 
Camaradas, os convoco 
al multitudinario congreso de las calles.
Entrad en mi alma clandestina. 
Atrás queda el partido de los indiferentes. 

Y, como la mejor marea humana obcecadamente libre, volcarse en la defensa de lo nuestro, de lo de todos, de lo de cualquiera,  a pesar de las amenazas de troikas, de bloqueos y de patriotas estafadores de cuello duro y tarjeta fácil: 

Tengo que perder el miedo a encontrarlos 
en un callejón y que me pidan cuentas. 
Tengo que enarbolar la rabia rebuscada 
en las basuras y saliros al paso 
con un ejército de perros rotos. 
Estáis aquí, detrás de mis párpados. 
Pensáis que me tenéis por fin rodeada. 
Pero hasta aquí os traje porque esto es mío. 
Mi cuerpo. Mis delirios. Mis fiebres. 
Mis abuelos. Mis amantes. Mis hamacas. 
Tengo un nosotros que oponeros. 
La historia alternativa, la no dicha. 
Son otras nuestras sumas y oraciones. 
Tenemos portaaviones de papel. 
Ardemos como azules zeppelines. 
Yo no soy sólo yo. Os he engañado.

Y el círculo se cierra, pero con la intención de que ya no sea más  una vuelta a empezar, una  repetición mimética de los errores del pasado, porque el futuro debe  estar en nuestras manos. Es necesario que todos lleguemos a la misma conclusión y que la necesidad de ser incendio arraigue en nuestras voluntades, porque el tiempo que nos habían concedido, la vida dura que arrastrábamos, en definitiva nuestro presente, era dolor: 

El presente no era más 
que una subasta de nichos. 

Así de lapidario, y nunca mejor dicho.

Pues eso, que arrecie firme ese incendio y que arrase lo peor de nosotros mismos. Y que Ana nos lo siga contando con su nítida conciencia.

(Crítica extraída de La Galla Ciencia de Fernando Lorente, Madrid, enero de 2015).

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